20 abril 2010

¡Viajen, viajen!

Quisiera compartir un artículo de Rolando Hanglin, del diario La Nación.
Disfrútenlo.

Existió hace unos años una señora llamada Margarita Obligado, que no creía en la conveniencia de viajar. Por aquel entonces comenzaba en nuestro país la fiebre de volar. Los jóvenes, especialmente ansiosos de conocer el mundo y ávidos de paladear las novedades que el siglo nos ofrecía, ahorrábamos peso sobre peso y pedíamos dólares "prestados" a padres, tíos, abuelos y tías rentistas. Unos soñábamos con recorrer Europa, empezando por Madrid y luego encadenando Barcelona, Ibiza, Paris, Atenas, Londres... Otros acababan de volver de San Francisco (la meca de la nueva generación) y mostraban fotos, pantalones vaqueros, camperas sorprendentes, revistas, discos. La fascinación del mundo nos atrapó. Corrían los años ´50 y nuestros mayores nunca habían salido del país. Nosotros, en cambio, ya estábamos con la cabeza en el avión.
Teníamos toda una ideología del viaje que justificaba este frenesí:
1. Viajar te abre la mente: conocés otros idiomas, otras costumbres, otras formas de vestir y razonar.
2. Al conocer otras naciones apreciamos que los problemas de la Argentina ya han sido resueltos en todas partes. Sólo hace falta copiar el método.
3. Hay que salir de la estética pueblerina y burguesa: vivir una existencia más libre, como en Suecia, como en Piccadilly Circus, como en Mykonos, como en Haight-Ashbury, donde los seres humanos de todas las razas se conocen, se aman y se entienden.
4.No es caro viajar. Tres o cuatro mil dólares alcanzan para pagar una experiencia que equivale a lo que se aprende en 20 años de vida, vividos dentro de nuestra aldea sudamericana.
5. Algunos equipajes se pierden, algunos vuelos se demoran, algunos recorridos cansan, pero todo está previsto y solucionado por gente in-ter-na-cio-nal. Vivir sin viajar es como estar muerto.
Al escuchar todos estos argumentos, Margarita Obligado reía plácidamente y exclamaba:
- ¡Viajen, viajen!
Nosotros queríamos convencerla de que también ella viajara, y le hablábamos de Saint-Tropez y de Edimburgo, de Miami y de Las Vegas, pero ella sacudía la cabeza y, con su tranquila sonrisa respondía:
- ¡Viajen, viajen!
El ser humano tiende al fanatismo cuando descubre algo de una manera brusca: sea el paddle, los maratones, la comida ecológica, el budismo o la maravilla de viajar. Por eso intentamos contagiar nuestra propia fiebre, nos convertimos en fervorosos propagandistas de la dieta de las 500 calorías o las películas de Indiana Jones. Así es la vida.
Hoy han pasado más de 50 años. Margarita ya no está entre nosotros. Después de viajar como un descosido por el mundo entero, y habiendo vivido cuatro años en Europa, he llegado a saber que: tengo parientes en Inglaterra, en los Estados Unidos, en España, incluyendo a mis hijos y nietos. Como consecuencia de toda esta fiebre de los viajes, no veo a mis hijos más de una vez por año, con suerte. Viajar se me hace cada vez más pesado. Los últimos viajes se han convertido en una pesadilla. Aviones que llegan seis horas tarde, una hora temprano, un día después. Butacas sobrevendidas, pero además incómodas como un colectivo suburbano. Caminatas interminables y estresantes por aeropuertos inmensos. Sin indicaciones, a ciegas, con el terror de perder un empalme. Fastidiosas presentaciones de documentos, y más documentos, y vouchers, y tarjetas de migraciones, y recibos, y pasaportes, y fajos de dólares. Siempre de pie, derrengados, tirando de carritos diabólicos. Esperando que nuestra baqueteada valija aparezca por fin en la cinta. Presentando certificados y reclamaciones en las oficinas de objetos perdidos. Los viajeros nos hemos convertido en bueyes que agachan la cerviz, desembolsando 3000 dólares como si fueran maníes mientras azafatas, oficiales, guardias de migraciones, policías y empleados aburridos nos maltratan sin piedad.
Están llenos de odio contra estos insoportables burgueses que se agolpan en los "counters" preguntando siempre las mismas tonterías.
En efecto, nos odian. Si pudieran, las azafatas nos pondrían arsénico en el vasito de plástico donde sirven esa tacaña media copa de vino malbec.
Esta semana, al ver que la erupción del volcán Eyjafjallajokull de Islandia, con sus negras nubes sulfurosas, paralizaba 17.000 vuelos de los 22.000 que se programan en un sólo sábado, Margarita habrá dicho desde el cielo:
- ¡Viajen, viajen!
Catres y tiendas de campaña para un millón de viajeros angustiados y hambrientos en Londres, París, Oslo, Estocolmo, Frankfurt. Con el mismo confort del que gozan los refugiados de una guerra étnica africana, estos privilegiados de la burguesía mundial lloran los empleos perdidos, las citas canceladas, los negocios quebrados, los equipajes extraviados, se abrazan a sus hijos, llaman por teléfono a sus padres, agotan los pasajes de tren, de ferry, de ómnibus. Huyen aterrorizados de los aeropuertos donde ya no hay comida, ni frazadas, ni una botella de gaseosa. La fiesta se convirtió en tragedia.
- ¡Viajen, viajen! - sigue diciendo Margarita con una sonrisa.
En realidad, estos padecimientos son los de cada verano, cada Navidad, cada Pascua, cada semana cualquiera en los aeropuertos del mundo. Una pesadilla de masas que ha perdido todo encanto. Carísima. Sólo que, debido al volcán islandés, la tortura se hizo más intensa y más multitudinaria. Pero es lo mismo. En cualquier día del año, los aeropuertos están llenos de viajeros extraviados que duermen abrazados a una valija en cualquier lobby, tapados con el abrigo, exhaustos: ya no saben a qué país viajaban ni cuándo saldrá, finalmente, el vuelo que pagaron.
- ¡Viajen, viajen!
Para ponerle punto final a esta columna tomaré prestados los geniales consejos del Viejo Vizcacha, contenidos en la obra monumental de José Hernández. Me refiero al Martín Fierro , nuestro poema nacional.
"No andés cambiando de cueva,
has de hacer las del ratón.
Mantenete en el rincón
ande empezó tu esistencia:
vaca que cambia querencia
se atrasa en la parición".
Debo agregar que la experiencia también me enseñó la profunda verdad de esta última sentencia. Cuando se cambia de escenario (mudando la flora, la fauna, la dieta, el aire, la lengua, las compañías, los ambientes, los códigos humanos, el entorno psíquico, o sea la querencia) los procesos humanos se demoran, así como "se atrasa el parto de una vaca". La adolescencia termina más tarde, el matrimonio se asienta más lentamente con tendencia a colapsar de golpe, la sexualidad no mantiene la solidez de sus raíces, el progreso económico avanza penosamente, centímetro a centímetro. O, directamente, retrocede.
También es cierto que uno aprende muchas cosas. Miles. Por eso:
- ¡Viajen, viajen!

Pensamientos incorrectos¡Viajen, viajen!
Por Rolando Hanglin
lanacion.com | Opinión | Martes 20 de abril de 2010
 
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